domingo, 24 de agosto de 2025

El jardinero y la muerte de Gueorgui Gospodínov

El jardinero y la muerte

Gueorgui Gospodínov

Mi padre era jardinero. Ahora es jardín.

Un inicio de libro que se queda grabado, que no se olvida.

Pasar por estas páginas a ratos, parar y releer algunas frases. La brevedad de los capítulos favorece la calma y el sosiego. Sentir con sus palabras. Es un texto hermoso, cuidado e íntimo. Es un homenaje al padre, al ser querido, a su manera de estar y a su ausencia.

Han pasado un par de semanas desde que lo terminé y todavía me emociono. Duelo, dolor y mucho amor.


Te invito a que te asomes a algunos fragmentos


Tal vez por eso narramos. Para abrir otro pasillo paralelo donde el mundo y todos los que lo habitan estén en su sitio, para desviar la narración hacia otra hilera cuando la cosa se ponga peligrosa y la muerte se desborde, como el jardinero desvía el agua hacia la siguiente hilera de la huerta.

Esto no es un libro sobre la muerte, sino sobre la tristeza por la vida que se va. Es diferente.

"Nada que temer" era su frase favorita. Su respuesta preparada para cualquier pregunta.

El jardín era su otra vida posible, la voz callada y todo lo que había quedado sin decir.

Aparte de todo lo demás, mi padre lograba convertir cada terreno en un jardín, cada casa en un hogar.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la muerte? ¿De aquel que se ha ido o de nosotros? ¿De la ausencia misma? Está tan ausente que llena cada minuto libre con su ausencia.

Su presencia hasta ahora certificaba también mi propia presencia, la presencia de mi niñez. A su vez, su ausencia pone en marcha toda la maquinaria de la memoria. Cosas en las que no había pensado en mucho tiempo se despiertan ahora, yo las despierto, para estar seguro de que todo aquello fue real. La memoria voluntaria y la involuntaria trabajan juntas, hacen girar el ruginoso mecanismo del recuerdo, desempolvan o rellenan con imaginación aquello que no se ve con claridad. Y hay que reconocer que este es un trabajo centrado tanto en la memoria del que se ha ido como en nosotros, el trabajo egocéntrico de salvarnos a nosotros mismos, de dar sentido al hecho de que seguimos aquí cuando el otro ya se ha ido.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la muerte? De la vida, por supuesto, en toda su fascinante fugacidad.

Eso es algo que nunca le perdonaré a la enfermedad, me repito, nunca se lo perdonaré. Podrías llevártelo sin humillarlo.

Noto como va creciendo su sentimiento de culpa: culpa por estar enfermo, por estar postrado en la cama, por causar problemas a los demás, por complicarles el día a día, culpa por ser una carga....

Lo miro y pienso: no nos han enseñado a envejecer. ¿Qué se hace al final de la vida? Cómo bajas el ritmo, cómo te acostumbras a que tu trabajo ahora consiste en descansar (¿qué clase de trabajo es descansar?)

La enfermedad fuerza a que se den las conversaciones no mantenidas, la intimidad aplazada.

Una de las cosas más duras de ver morir a tu padre es el sentimiento de culpa por no saber si estás haciendo lo mejor en cada momento. Cuando dejó de comer: ¿llamamos a una enfermera para que le ponga una vía durante 24 horas? Las vías no son buena idea cuando el paciente está en casa, dice un médico. ¿Lo ingresamos? Por qué hacerles sufrir, dice la enfermera jefe, el final es así, que se vaya con dignidad, lo mejor es que estéis con él en esas horas.

Mi padre con pañales. Ese hombre respetable, lleno de pundonor, grande, alto, apuesto y susceptible....

En realidad, la historia ni siquiera importaba. Estaba acostado junto a mi padre, le leía y eso era suficiente.

Reunámonos para celebrar su extraordinaria vida.

Susan Sontag escribe en La enfermedad y sus metáforas sobre esa peculiar política ambigua que rodea el diagnóstico del cáncer. Como si, a diferencia del infarto, por ejemplo, en el cáncer hubiera algo abominable, de mal augurio, como si fuera una cosa que hubiera que esconder de la mirada de la gente.

El momento de abrir la puerta por las mañanas era el más temible, no sabía si iba a encontrarlo vivo.

Intentaba imaginar qué se siente en una noche así, en la última noche, en las últimas horas. Y yo, que creo en las palabras, no tenía palabra alguna. Pero eso tampoco importaba, lo que importaba era aferrarle la mano, él apretaba la mía, atravesábamos el puente de la noche y en breve íbamos a separarnos. Por primera vez estaba acostado junto a alguien que se moría.

Yo aferraba su mano en la oscuridad y era todo lo que podía hacer.

Ojalá no sea una carga para mis hijos. Una frase típica con la que puede describirse a toda su generación de posguerra.

Después de la muerte, el teléfono es una fuente de horror metafísico.

....la historia florecía y echaba frutos cuando era él quien la contaba.
(Sobre las anécdotas socorridas).

No solo las personas no pueden vivir sin las casas; las casas tampoco pueden vivir sin sus personas.

Jardinería y muerte. Me parece que la jardinería se opone esencialmente a la muerte. En un jardín siempre entierras algo a la espera de que con el tiempo ocurra el milagro y brote, que se convierta en algo diferente de la semilla que plantaste, algo verde y espigado, con hojas y flores, con frutos, algo diferente que a la vez lo repita, lo replique....

¿Acaso la ausencia no es una característica de los padres en toda la cultura universal? Ellos están en el frente o en las cárceles, o buscan el vellocino de oro, o se revuelcan con ninfas en islas lejanas, o de vuelta a su hogar les alcanza una tempestad, o pasan el rato en las tabernas del mundo, o han emigrado al extranjero a trabajar, a ganar dinero, o sinceramente no tienen ganas de volver a casa...

El padre, se mire como se mire, es una figura ausente no solo en el cristianismo y en el socialismo.

Es más difícil escribir sobre los padres.

Toda la literatura universal, la búlgara no es una excepción, canta a la madre y escribe amargas cartas kafkianas al padre.

Cal-mu-ra, una palabra con tanta calma que incluso titila suavemente. Se suele percibir con el crepúsculo, al anochecer, cuando el silencio es diáfano y hasta los pájaros se calman y dejan de cantar por un instante. Ven, me dice, a sentarte un rato a la calmura.

Mi ancla es cada vez más liviana.

La botánica sabe morir con belleza sin morir en realidad. La botánica todavía sabe un poco más sobre la muerte.

¿Dónde he estado en los últimos treinta años, me pregunto, cuando mi padre se ocupaba de todo esto? ¿Qué he hecho yo? Mi jardín ¿dónde está?

Es importante darles la mano mientras se mueren, le digo a un amigo que también ha perdido a su padre.
También es importante soltarlos después, responde él tras un breve silencio.

El duelo en realidad es egocéntrico, duelo por uno mismo en un mundo abandonado.

Es en el futuro donde el árbol de la tristeza florecerá, dará fruto y echará más y más ramas.
La muerte es un cerezo que madura sin ti.

No sé qué hacer con los días y las noches, sobre todo no sé qué hacer con las tardes, allí está agazapada la tristeza como un gato que no se mueve, está allí observándote, como un búfalo que se ha tumbado en medio del cuarto y no tienes forma de esquivar.

No sé qué hacer con todo ese no saber qué hacer en el jardín...
No sé qué hacer con todas las preguntas que irán apareciendo en el futuro.

Ni sé qué hacer en semana Santa y en Navidad, en todas las fiestas venideras y en todas las tardes por venir.

Sinopsis: «Mi padre era jardinero. Ahora es jardín.» En El jardinero y la muerte, Gueorgui Gospodínov nos sumerge en los interminables meses durante los que, día tras día, vio cómo se iba apagando la vida de su padre. Mientras este moría a su lado consumido por la enfermedad, Gospodínov le sostuvo la mano hasta que llegó el fin. Y aun en su lecho de muerte, para él seguía siendo el más alto, el más guapo, el más amable. Seguía siendo su padre. Entre los campos de fresas de la infancia y el inevitable adiós, Gospodínov teje un relato íntimo sobre el duelo y la memoria. ¿Cómo se despide una vida en sus últimos días? ¿Cómo se enfrenta un hijo al derrumbe del héroe que lo protegió? ¿Seguimos existiendo si se va la última persona que nos recordaba como niños? ¿Y cómo afrontamos la ausencia de quienes nos hicieron ser quienes somos? Este no es un libro sobre la muerte, sino sobre el dolor de presenciar el final de una vida. Es una historia sobre padres e hijos, sobre la peculiar cultura del silencio que a menudo los envuelve y que puede teñir incluso los vínculos más profundos. Un mutismo que marcó de un modo irónico la vida del autor, ya que su padre fue un hombre muy callado y, a la vez, un sublime contador de historias.

Título original: Градинарятисмъртта. Traducción: María Vútova. Editorial Impedimenta, Madrid 2025. Número de páginas: 224. Desde la web de la editorial puedes acceder a un extracto dellibro.



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