«Entre los libros que me cambiaron la vida estuvieron siempre los de Perec. Recuerdo haberlos leído con fascinación. » (Enrique Vila-Matas)
Escrita en 1967 y posteriormente llevada al cine como primera incursión de su creador en el séptimo arte.
Inactividad para caer en el más absoluto vacío, indiferencia, pasividad, indolencia y abandono. En segunda persona escarba en las entrañas para descubrir que todo es una trampa: el tiempo y la vida no se detienen. No ha cambiado nada. Juega con el lenguaje y proliferan largas y minuciosas enumeraciones. Leer para reflexionar, para saborear cada frase, disfrutar de su escritura y estilo.
La indiferencia no tiene principio ni fin: es un estado inmutable, un peso, una inercia que nada podría afectar.
La indiferencia disuelve el lenguaje, confunde los signos. Eres paciente y no esperas, eres libre y no escoges, estás disponible y nada te moviliza. No pides nada, no exiges nada, no impones nada. Oyes sin escuchar nunca, ves sin mirar nunca…
A veces pareces una vaca. Tus ojos saltones no manifiestan interés alguno por lo que tienen enfrente. Te ves en el espejo y ello no te despierta sentimiento alguno, ni siquiera el que podría surgir de la simple costumbre. Ese reflejo más bien bovino que la experiencia te ha enseñado a identificar como la imagen más segura de tu rostro, parece no tener por ti ninguna simpatía, ningún reconocimiento, como si justamente no te reconociera, o más bien como si reconociéndote, tuviera cuidado de no expresar asombro alguno.
¡Qué maravillosa invención es el hombre! Puede soplar en sus manos para calentarla y soplar en su sopa para enfriarla. Puede coger con delicadeza, si no le da demasiado asco, cualquier coleóptero, entre el pulgar y el índice. Puede cultivar vegetales y hacer con ellos sus alimentos, sus prendas de vestir, algunas drogas, o incluso los perfumes que servirán para disimular su olor desagradable. Puede forjar los metales y hacer cacerolas (cosa que no sabría hacer un mono).
No has aprendido nada, solo que la soledad no enseña nada, que la indiferencia no enseña nada: era un engaño, una ilusión fascinante y traicionera. Estabas solo y eso es todo, y querías protegerte, que entre el mundo y tú los puentes se rompieran para siempre. Pero eres muy poca cosa y el mundo es una palabra muy altisonante: nunca hiciste más que errar en una gran ciudad, más que recorrer algunos kilómetros de fachadas, de escaparates, de parques y de muelles.
Tu inercia es tan vana como tu rabia.
La indiferencia no te ha vuelto diferente.
Deja de hablar como un hombre que sueña.
HACE UN AÑO: Liberado el Alakrana