lunes, 24 de noviembre de 2025

Una mujer a quien amar de Theodor Kallifatides

Una mujer a quien amar

Theodor Kallifatides 

Cuando leímos en el club de lectura Otra vida por vivir, supe que a este autor iba a volver.  

Por el título pensaba que escribía sobre su esposa, un gran amor. Olga fue durante décadas su gran amiga. Un delicado y reflexivo canto a la amistad, a la verdad, a la vida. 

Numerosas reseñas coinciden en alabar lo rápido que se lee, en una tarde. Soy incapaz de comprender esa velocidad, ese sumar por el simple hecho de sumar. Para mi ha sido una lectura pausada, con tiempo para respirar entre sus frases, copiar párrafos, releerlos. 

Este autor me provoca serenidad. Lo imagino sentado con su pipa, y conversamos. Escucho admirada. 

Selección de fragmentos: 

[...] uno es proclive a tragarse los elogios aunque no los entienda. 

Por lo que a mí respecta, prefiero llorar por algo que tenía y he perdido que por algo que nunca tuve. 

¿Me había olvidado de ellos? No, en absoluto, pero se había mitigado el dolor, había dejado de ser un golpe en la cabeza para convertirse en una almohada donde reposarla(Esa almohada donde reposar es mi sensación con este libro).   

Se trata de encontrar los rituales que hacen la muerte abordable. Estamos olvidando ese arte. La muerte nos sorprende, como una llamada que no esperamos. 

¿Por qué? ¿Por qué tenía y sigo teniendo una necesidad tan grande de dejarlo todo atrás? ¿Qué es lo que me seduce al otro lado? 

Me he dado cuenta de que los nudistas y los veganos suelen carecer del sentido del humor. 

Salvar la risa que ella me dio podría convertirse en mi nuevo objetivo. (Me lo guardo para buscar esas risas antes de que se pierdan por completo). 

¿Cabe preguntarse si el ser humano se va volviendo cada vez más débil o si ha descubierto la explicación de dolencias que antes eran igual de frecuentes pero se trataban como si no existieran?

¿Es posible que ahora estemos más enfermos sencillamente porque tenemos más nombres de las enfermedades? ¿Es posible que la sociedad terapéutica que hemos creado cree a su vez sus pacientes y también sus médicos? 

No le tenía miedo a la muerte, por el momento aún le parecía lejana. Le tenía miedo a ponerse enferma. (Miedo a enfermar, al dolor, al deterioro). 

No tengo nada en Grecia, ni una ventana. Uno no debe ponerse a amueblar la nostalgia, porque entonces corre el riesgo de acomodarse en ella. 

Prefiero una buena frase antes que una buena cena. Al mismo tiempo, tengo mis excesos. Nunca me contento con la verdad desnuda, por ejemplo. Quiero vestirla con un atuendo elegante, elevarla, ampliarla o reducirla, maquillarla. Probablemente por eso me hice escritor y no filósofo. Escribo para un lector. Un buen filósofo está dispuesto a perder a todos sus lectores por la verdad, mientras que la mayor verdad para mí es el lector. (Lo vuelvo a leer y a sentir). 

Mothering: Un verbo para ser madre, no solo para el hecho de dar a luz a los hijos, sino también para el hecho de cuidarlos. (Maternar). 

¿Qué abusos no cometemos cuando intentamos comprender a otro ser humano, sobre todo cuando lo queremos? ¿Qué soberbia la de atribuir a la gente ciertos pensamientos y no otros?

Ya aquella vez pensé que en realidad no conozco a mi madre. La percibía principalmente a través de sus cometidos, sus tareas y sus cuidados. En resumidas cuentas, sabía cómo parece que es mi madre, pero no cómo es. (He pensado tantas veces en lo poco que conocemos a algunas de las personas a las que más queremos). 

No puedo vanagloriarme de que siempre haya sido fiel a la verdad. No puedo ni siquiera vanagloriarme de que siempre haya apreciado la verdad, pero la simple idea de que mi madre me mintiera, de que me ocultara algo, se me antojaba absurda. No solo absurda, sino revolucionaria. En la relación entre madre e hijo es el hijo y solo el hijo el que puede reivindicar legítimamente la mentira. La madre ha de ser fiel a la verdad, ella es la verdad en la vida del hijo. A partir del momento en el que una madre miente renuncia a ser madre. 

Si uno tiene grandes sueños cuando es joven, acabará llorando mucho cuando es mayor. 

El navío ya se encontraba en el mar. Navegábamos a bordo de la amplia mesa cargada de comida y bebida. Nos sentíamos contentos, incluso felices, de estar juntos, algo que en ese momento parecía lo único natural a pesar de que algunos de nosotros no nos conocíamos de verdad más que como funciones, piezas del mecanismo que formaba nuestra familia. Sabíamos que éramos primos, hijos o nietos y eso era cuanto sabíamos además del nombre, pero a veces hasta eso puede implicar dificultades. 

La filosofía había abdicado. Se dedicaba a los análisis técnicos de teoremas, conceptos y afirmaciones. Se dedicaba a los problemas epistemológicos. No eran cosas sin importancia, al contrario. Pero la cuestión de cómo hemos de vivir se abandonó a toda clase de charlatanes. Curas, terapias, piedras mágicas, astrólogos, fanáticos, idiotas: todos ellos tienen hoy por mercado al mundo entero, porque la gente busca un sentido, un contexto. 

Creo que se nace por una casualidad y se muere por otra. Con lo que por mi parte no hay ningún propósito externo. Eso no impide que yo no me busque uno. Que yo administre mi vida de modo que exprese el propósito que tenga con ella. 

Tal vez se pueda buscar el sentido de la vida al revés. Es decir, responder a la pregunta de por qué pasó lo que pasó. Sorprende lo fácil que es encontrar con el tiempo circunstancias y conexiones entre sucesos que en un principio considerábamos independientes por completo.

El sentido de la vida no hace falta para vivir. Hace falta para poder morir. 

No nos convertimos en pájaros porque nos procuremos alas, pero sin ellas nos convertimos en gusanos. 

Morir nunca me ha asustado tanto como matar a otro. 

Si uno tiene miedo de perderse donde está, se perderá dondequiera que vaya. 

Sinopsis: Este libro tiene dos protagonistas, Olga y el autor. Se conocieron muy jóvenes, Olga tenía diecinueve años y Theodor Kallifatides pocos más. Su amistad duró más de tres décadas. Sobrevivió a amores y desamores, divorcios y pasiones, largas separaciones y trabajo duro. Un día Olga llama a su amigo porque quiere verle. Le dirá que padece una enfermedad incurable. En este libro sencillo y profundo a la vez, Theodor Kallifatides erige una lápida en memoria de su amiga. Repasa los recuerdos, los encuentros, los sentimientos y las reflexiones que le despierta su relación a lo largo de los años, sobre todo durante la enfermedad de Olga. A veces se le saltan las lágrimas y a veces no puede dejar de reír. Un libro que amar sobre una mujer a quien amar. 

Traducción: Carmen Montes Cano, Gamundi Alcaide. Título original: En kvinna att älska. Editorial Galaxia Gutenberg, 2025. Número de páginas: 160. Acceso a las primeras páginas.

   

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