El dado dicta sus normas, al
azar: 1, X, 2. Voz infantil, firme. Nada de dejarlo en manos de un cubito con
números y letras. Preferencias que no admiten debate, ni discusión. Ciudades
costeras, de nombres llamativos. Celta y Barcelona a la cabeza.
Mi padre se reía, a ratos se
burlaba. Trataba de explicarme las nulas posibilidades de algunas de mis
decisiones. Yo nunca cedía, confiaba en mis posibilidades. Terquedad rotunda. Sin
demasiados riesgos, el importe de la quiniela no salía de mi hucha.
Toda una proeza lograr el
mayor número de aciertos. La suerte era esquiva y caprichosa. Los equipos se
empeñaban en destrozar estadísticas. Y ahí era donde mis hazañas se forjaban. Daba
en el clavo de lo absurdo e impensable, fallando lo razonable y previsible. A
veces era la campeona absoluta en nuestro peculiar ranking paterno-filial.
Si las cifras no superaban
los 5 o 6 resultados a mi favor, improvisaba cualquier excusa para desviar la
atención hacia terrenos menos resbaladizos. Aproximarse al pleno de errores era
motivo de fuertes carcajadas y acaloradas disputas. No era tan sencillo, o ésa
era al menos mi fervorosa defensa de la apabullante catástrofe. Reclamaba con
vehemencia justicia ante tamaña afrenta, lejos de aplausos y reconocimiento.
Proezas de semejante
envergadura permanecían ocultas, engrosando la lista de secretos familiares. No
era necesario compartir intimidades de tal calibre.
Insistíamos. Cada semana,
representaba una nueva oportunidad de alcanzar la riqueza. No perdíamos
demasiado tiempo especulando qué haríamos con los millones. Disfrutábamos
soñando quimeras.
La constancia no siempre
tiene premio remunerado. Las risas recaudadas superaban con creces las
expectativas de triunfo y gloria.
Asumida mi condición de
eterna aspirante, aquel domingo por la noche, el locutor más gritón de las
ondas radiofónicas, narraba la letanía de goles, lesiones y variantes en la
clasificación. Bolígrafo rojo para dejar constancia en forma de círculos sobre
las casillas discordantes. La tranquilidad de mi padre se va resquebrajando. Le
observo, mostrando indiferencia ante lo que supongo una de sus tretas para
engañarme. No lo va a conseguir, le conozco demasiado bien.
Incredulidad, ojos abiertos
de dimensiones estelares. Para que luego digan los supersticiosos, el 13 es la
máxima representación del optimismo.
Han pasado muchos años. Atrás
queda aquella complicidad. Soy incapaz de recordar la cifra exacta en pesetas
de mi gran heroicidad; ni la inversión inmediata al recibir el dinero en
metálico, previa presentación de papeleta sellada.
No me he aficionado al
futbol. Con el transcurso del tiempo he ido perdiendo interés. Ya no sabría
poner nombre a más de tres jugadores del club local.
Ovillada en el sofá, he
escuchado los gritos de mi vecino, al otro lado de la pared. El Madrid acaba de
marcar un gol en la final de la Liga de Campeones. Y me he acordado de él, de
lo mucho que se enfadaba con árbitros, con jugadores expertos en teatralizar
caídas en el área. Pasión que cegaba cualquier atisbo de objetividad. Insultos
expresados por ese hombre reposado que se transformaba por completo.
Se sentiría muy orgulloso de
mi hijo, ese niño delicado que con un balón a sus pies provoca euforia en las
gradas. Ese pequeño renacuajo capaz de
sobrepasar con un salto a la defensa más compacta. Ese pícaro de piernas ágiles.
El nieto que quiere ser Iniesta, bailarín de danza clásica, o ambas cosas a la
vez.
Escrito para #historiasdefútbol.
2 comentarios:
Que tal LU!
Siempre fui un desastre con los pronosticos de las quinielas. Recuerdo hace muchos años ir a cobrar con mi madre unas 5000 pts de una quiniela en un local que habia en la Alameda (cerca de donde estuvimos contigo y con Vilma), era la sede del Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo Beneficas, el nombre me quedo grabado...jeje
Interesante el relato, me ha gustado.
Bicos:)
Fran, lo mio era de pronóstico reservado, las fallaba casi todas, con o sin criterio, daba igual.
Es verdad que era ahí donde se cobraban los premios.
Como ves esto también forma parte de la vista atrás. Nostalgia, otros tiempos.
Gracias y muy buen domingo.
Biquiños
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