El cansancio se apodera de mí al llegar al hotel, donde entrar en nuestra habitación no va a ser tarea sencilla. Primero nos dan una ya ocupada (tremendo susto a los españoles que allí duermen, irrumpiendo en sus dulces sueños); y después la tarjeta de acceso no abre. Una vez dentro (ha transcurrido más de media hora), bajamos a por el desayuno, una reconfortante ducha y, pertrechados con bañador y toalla, nos disponemos a iniciar una “dura” jornada de turismo.
A 50 km de Amman, o lo que es lo mismo, unos 45 minutos en coche, nos dirigimos a la playa (privada, con piscina y duchas) número dos. Estamos en el punto más bajo de la tierra, el Mar Muerto a más de 400 metros por debajo del nivel del mar. Lo peor es que sigue descendiendo. Enfrente, Jericó y Jerusalén.
El agua que impide el desarrollo de cualquier ser viviente, por su elevadísima proporción de sal (30%, 10 veces más de lo habitual); sin embargo parece ideal para el cuidado de la piel: unos minutos de inmersión, equivalen a rejuvenecer meses e incluso años (Cleopatra ya lo sabía). Lo que es indudable es la extraordinaria sensación que se apodera de todo el cuerpo, empeñado en flotar. Girar o cambiar de posición son sinónimo de patosos ejercicios gimnásticos. Qué risas!!!
Imprescindible pasar por la tienda de productos especializados para poder compartir con tu familia y amigos los secretos de belleza, en forma de barros y cremas. (Más barato en el aeropuerto, o incluso comprados desde España a través de varias webs que te lo entregan en casa, 24 horas después de realizar el pedido, sin necesidad de reventar la maleta). Tus seres queridos te lo agradecerán igual.
Antes de las cinco anochece, y somos testigos de una luz de atardecer deliciosa sobre el desierto, camino de la capital, que se desliza entre colinas.
Si complicado fue entrar en el hotel, no va a ser distinto salir caminando. A través del decampado, cual cabras montesas, nos dirigimos a reconocer la zona, sus tiendas (pastelerías de cuento y especias en etéreas pirámides, coloristas y aromáticas. Orienta cautiva nuestros sentidos) y su tráfico sofocante.
Nos merecemos un premio: una Amstel (a precio de barril de petróleo), aderezada con exquisitos frutos secos.
Qué bien me siento después de un reconfortante sueño (como un lirón). Segundo día, panorámica de la ciudad bajo la lluvia, viento y niebla (es la primera precipitación de la temporada, qué suerte tenemos!).
Diferentes barrios de construcciones bajas, el Downtown, la mezquita azul con dos iglesias al lado. La mayoría de los jordanos (90%) son musulmanes.
Ciudadela, ruinas la antigua ciudad. El Templo de Hércules, erigido en honor de Marco Aurelio, y los restos de una iglesia bizantina. Museo arqueológico, con los manuscritos del Mar Muerto.
Teatro romano en perfecto estado de conservación. Museo de las tradiciones populares.
Castillo de Ajlun de la época de los cruzados, con buenas vistas (ya está despejando), y un recinto reconstruido sin gran interés.
Casi 2 horas hasta Jerash (la Pompeya del este), ciudad greco – romana que nos brindará un atardecer de lujo para poder disfrutar de la Puerta de Adriano, el Hipódromo, el Cardo Máximo, el Templo de Zeus y el de Artesima. Anochece mientras escuchamos tambores y gaitas en el teatro sur.
Foro oval o ágora adoquinado, con su columnata completa

Ninfeo