jueves, 29 de enero de 2015

Días de Nevada de Bernardo Atxaga

Esta es la historia de un escritor que viaja a Nevada, Estados Unidos, entre agosto de 2007 y junio de 2008, pero es también mucho más. Es un relato en el que lo vivido, el instante real, se mezcla con recuerdos, imágenes, sueños y evocaciones. En el que el paisaje árido y hostil del desierto y el horizonte verde, rojo y fucsia de los casinos de la ciudad de Reno, con su trama de luces brillantes y acristaladas, conducen una y otra vez al narrador —y al lector— a ese otro paisaje más íntimo, más personal del País Vasco.

Colección: Hispánica. Alfaguara.
Páginas: 408
Publicación: 09/04/2014
Precio: 19,50 €
ISBN: 9788420415987
EAN: 9788420415987

Después de Almudena Grandes, y subir a lo más alto con Manolita, reconozco que la siguiente lectura representa un reto. Es fácil que no me entusiasme. En este caso, me costó engancharme. A Atxaga le sigo desde hace tiempo, y en anteriores ocasiones, me fascinó. Los casinos y Reno me pillaban muy lejos. Pero poco a poco, las partes más intimistas y el desierto me fueron convenciendo. Hay un par de escenas que remueven muchas cosas dentro de mi cabeza. Una conversación de grupo sobre el olor preferido de cada cual y las sensaciones que evoca. La rutina de entrar en librerías, curiosear, comprar postales... De las novelas de este autor que he leído, es la que menos me ha gustado.

«También yo quería entrar en el mundo real, y por un momento lo logré. Los dos caballos salvajes que estaban frente al Chevrolet Avalanche se pusieron a girar como en un carrusel, y con ellos el de Cornélie, el caballo negro de Franquito y otros caballos que formaban parte de mi pasado. Pensé —solo por un momento, ya lo he dicho— que aquella era la imagen de mi vida, y que me sería fácil poner junto a los caballos, o en su lugar, criaturas humanas: la mujer que leía el Reader’s Digest, el hombre que en el hospital se sentía enjaulado como un mono, José Francisco, Didi, Adrián, L., yo mismo, Ángela, Izaskun, Sara... Una vuelta, dos vueltas, tres, cuatro, y así hasta que el carrusel se parase. Pero ¿dónde estaba el centro? ¿Dónde el eje en torno al cual giraba todo?»



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