martes, 3 de noviembre de 2009

El viajero del siglo – Andrés Neuman

Hans es un viajero incansable. Una noche desapacible pernocta en la posada de una villa con la intención de marcharse a la mañana siguiente. Pero se encuentra con el viejo organillero en la plaza del Mercado:

¿y por qué te preocupas?, dijo el organillero ¿qué tiene de malo quedarse?... las cosas y los lugares están quietos, pero las personas cambian, uno cambia (querido Hans los lugares también cambian, todo el tiempo ¿te has fijado en las ramas? ¿te has fijado en el río? ), nadie se fija en esas cosas organillero, todo el mundo camina sin mirar... se acostumbran a su casa, a su trabajo, a sus seres queridos, y al final se convencen de que esa es su vida, de que no puede ser otra, es pura costumbre (cierto, aunque el amor también es una costumbre ¿no? querer a alguien sería, no sé, como habitar en esa persona).

Van pasando los días, y cada vez tiene menos motivos para seguir su camino. Su vida transcurre entre los salones literarios los viernes, las noches en la cueva, un amigo español y el amor y la admiración hacia Sophie. La filosofía, los poetas y escritores, la política, la religión, esas tertulias donde se entrecruzan opiniones, las traducciones compartidas, los sueños de huir, de empezar de nuevo, de derrumbar lo convencional.

Se van entrelazando todas estas cuestiones teóricas y dialécticas, con una historia de amor repleta de obstáculos. La magia de los encuentros furtivos, de los mensajes en papeles de colores, cartas cargadas de pasión, complicidad, engaño, culpa, atrevimiento, desafío...


No les veo utilidad a los relojes, nunca marcan la hora que necesito.

El mejor camino... sería el que me haga olvidar el punto de partida.

Morriña... especie de nostalgia por la tierra natal, un sentimiento lejano y triste, pero también un poco dulce.

... se preguntó por qué un adulto estaba preparado para el odio de otro adulto, pero no para la indiferencia de un niño.

La gente silenciosa tiene mucho que decir, sobre todo cuando no habla. Existen muchas clases de silenciosos. El silencioso avaro, que se reserva sus opiniones para repasarlas con mordacidad y detalle en cuanto se queda a solas. El silencioso resignado que jamás se plantea la posibilidad de tomar la palabra porque está convencido de que no tiene nada que decir. El silencioso perverso, cuyo mayor placer es disfrutar de la curiosidad que su mutismo despierta en los demás. El silencioso impotente, que quisiera decir algo, pero nunca encuentra el momento y, es en realidad, un hablador frustrado. El silencioso estricto que ni siquiera cede a la tentación de confesarse a sí mismo sus secretos.

... el amor no como huída, sino como llegada al mundo, como forma de conocerlo. Eso quiere decir que una sociedad nueva empezaría por reinventar el amor.

El hombre de las dos espaldas viviría mirando en dos direcciones, siempre yéndose dos veces, o llegando y al mismo tiempo yéndose de todas partes.

Me ha encantado, lo he disfrutado hasta el último párrafo.

Andrés Neuman




HACE UN AÑO: El hombre de arena

2 comentarios:

Mónica dijo...

Muchas gracias por tu sugerencia, me ha encantado leer este avance que nos regalas en tu post. Besitos y gracias por tus comentarios amables y estar cerca.

LU dijo...

Mónica, me ha dado pena terminarlo porque me ha acompañado todo el mes de octubre y me ha sumergido en un mundo pasado, de tertulias en el salón de una casa y de mujeres totalmente atadas a los convencionalismos sociales. Amor, una ciudad que parece cambiar cada día, personajes muy diferentes que enriquecen el argumento, unos en base a sus conocimientos academicistas, y otros por su propia sabiduría adquirida en la vida.
Biquiños