Primero leí Lo que aprendemosde los gatos, con la misma referencia de la biblioteca que este otro. Y ambos
me han gustado mucho.
Desde la perspectiva de la mujer
adulta que ve como la memoria de su madre se va deteriorando, hasta llegar a
confundir a la hija con la figura materna. Proceso demoledor para quien lo
sufre y, sobre todo para las personas que la quieren y la rodean. No hay
reconocimiento, no hay recuerdos, no hay conversaciones coherentes. Hay
caricias, tacto de amor y presencia.
Para quienes hemos vivido muy
de cerca esta pérdida progresiva, resulta una lectura desde lo más profundo de
las entrañas: la impotencia, la incomprensión y el acto definitivo de
aceptación.
Desprende cariño, ternura,
dolor. Nos hace conscientes de lo que se va quedando por el camino, lo que
perdemos y ya no se podrá recuperar.
Muchas tardes vengo aquí,
traspaso la cancela, atravieso el pequeño jardín y entro en el edificio de la
residencia donde ahora vive mi madre, esa mujer que ya no recuerda que soy su
hija. Suele alegrarse de verme: intuye que soy alguien querido, aunque no sepa
con certeza quién. Me ha olvidado a mí, como ha olvidado la mayor parte de su
propia vida. Parece ensimismada. Podría pensarse que cualquier comunicación es
imposible. Pero en estas tardes en que nos sentamos juntas se ha ido
desarrollando entre nosotras una nueva relación, otra forma de comunicarnos. Su
sinrazón nos ha abierto la puerta a una vida nueva. En medio de su desmemoria,
afloran fugazmente nombres antiguos, palabras que atraen la evocación de cosas
que nos sucedieron, recuerdos compartidos. Y esas pequeñas ráfagas del pasado
hacen que yo misma recupere muchas cosas que había olvidado. Nos une lo que
olvidamos, porque su falta de memoria estimula mi memoria, me hace bucear en mi
pasado y recobrar vivencias perdidas. Gracias a esta mujer que apenas recuerda
nada de su vida empiezo a reconstruir mi historia y la de un país que ya no
existe: el nuestro, hace unos años.
Y ahora es al revés: ellos,
nuestros dementes, adquieren con su extravío una inocencia que no tenían cuando
su mente estaba íntegra, cuando eran ellos mismos. Olvidados de si, se liberan
también - sin quererlo, sin haberlo buscado - del lastre de sus culpas. Nadie
es inocente del todo cuando es consciente y dueño de sus actos, pero los
desvaríos de la mente y la pérdida de control limpian la conducta y fomentan
también nuestro olvido: ¿cómo tomar a mal los actos que brotan ahora sin
control ni conciencia? Y, todavía más, ¿cómo guardar memoria de los agravios
que nos hicieron en tiempos quienes ya no los recuerdan, quienes ni siquiera
nos reconocen?
A veces nos hicieron llorar. Fueron padres, madres, posesivos, agobiantes, dominadores; quisieron someter nuestra voluntad y nuestros actos a sus leyes, prevaliéndose de una autoridad que entonces tenían, utilizando con frecuencia los caminos tortuosos del chantaje emocional. '¡Vas a matarme a disgustos!", decían, y exhibían con reproche su abnegación, los sacrificios que hicieron por nosotros sin que nosotros se los pidiéramos, la decepción que les causaba no tenernos totalmente sometidos, subyugados. Queríamos volar, ser nosotros, ser nosotras; algo imperdonable.
Nº de páginas: 168 págs.
Editorial: ANAGRAMA,
Barcelona 2016
ISBN: 9788433998217
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