6:30, suena el despertador. Tremendo susto al escuchar su sonido. He dormido realmente mal, con mi paranoia de si no funciona el despertador, si él se mueve...
Empieza la carrera. Mea y caga y a mi se me quitan las ganas de comer la magdalena con el café.
Llueve y Otto va en mis brazos, tapados los dos con el paraguas. Las calles desiertas. Agotada entro en casa de mis padres.
Despierta a mi madre y mi hermana asegura que ya no dormía.
Se queda allí y yo me marcho, como una intrusa. Qué dolor!
Llamo desde el trabajo, me cuentan que casi se come un cristal. Fue en coche y sigue llorando.
Cuando yo llego, él está jugando. Me acerco y ni se entera. Ni la más mínima reacción, vaya recibimiento.. De repente se percata de mi existencia, y se pone a cien, todo contento.
Mamá se queja de lo meón que es. Papá no le presta demasiada atención, Y yo, pre-reglosa....
Salimos de allí, ambos llorando.... En el fondo siento que les estoy cargando con una responsabilidad que no buscaban.
Hablo con mi madre por teléfono. Quiero que se lo piensen y si no puede ser, mañana devolvemos a Otto. Dice que de eso nada, que ya nos las arreglaremos. Otto me mira, aunque no entienda nada y yo me desahogo a gusto y me voy tranquilizando poco a poco. Creo que me pesa el cansancio y las dichosas hormonas.
C. y M. se acercan a conocerle. Gruñe (de miedo). Les encanta, le traen regalitos.
Después viene mi hermana, con unos huesos para desgastar su afilada dentadura (y así no nos machaque a nosotros y al mobiliario que le rodea). También trae una cama más grande para que descanse en su otra casa.
Se me pasó el berrinche “post-parto”.
Me cuenta que mamá sí que está encantada con Otto y que para ella es un sueño hecho realidad, como para mi. Pero entonces, ¿por qué me he puesto tan ñoña?
Corre por el pasillo a por el cojín que le lanzo, lo suelta y yo se lo mando lo más lejos posible una y otra vez.
Pongo su camita en mi habitación, y cuando me doy media vuelta ha desaparecido. Triunfal sobre su cama en el comedor, me mira retándome. Es un gamberro!!!
Empieza la carrera. Mea y caga y a mi se me quitan las ganas de comer la magdalena con el café.
Llueve y Otto va en mis brazos, tapados los dos con el paraguas. Las calles desiertas. Agotada entro en casa de mis padres.
Despierta a mi madre y mi hermana asegura que ya no dormía.
Se queda allí y yo me marcho, como una intrusa. Qué dolor!
Llamo desde el trabajo, me cuentan que casi se come un cristal. Fue en coche y sigue llorando.
Cuando yo llego, él está jugando. Me acerco y ni se entera. Ni la más mínima reacción, vaya recibimiento.. De repente se percata de mi existencia, y se pone a cien, todo contento.
Mamá se queja de lo meón que es. Papá no le presta demasiada atención, Y yo, pre-reglosa....
Salimos de allí, ambos llorando.... En el fondo siento que les estoy cargando con una responsabilidad que no buscaban.
Hablo con mi madre por teléfono. Quiero que se lo piensen y si no puede ser, mañana devolvemos a Otto. Dice que de eso nada, que ya nos las arreglaremos. Otto me mira, aunque no entienda nada y yo me desahogo a gusto y me voy tranquilizando poco a poco. Creo que me pesa el cansancio y las dichosas hormonas.
C. y M. se acercan a conocerle. Gruñe (de miedo). Les encanta, le traen regalitos.
Después viene mi hermana, con unos huesos para desgastar su afilada dentadura (y así no nos machaque a nosotros y al mobiliario que le rodea). También trae una cama más grande para que descanse en su otra casa.
Se me pasó el berrinche “post-parto”.
Me cuenta que mamá sí que está encantada con Otto y que para ella es un sueño hecho realidad, como para mi. Pero entonces, ¿por qué me he puesto tan ñoña?
Corre por el pasillo a por el cojín que le lanzo, lo suelta y yo se lo mando lo más lejos posible una y otra vez.
Pongo su camita en mi habitación, y cuando me doy media vuelta ha desaparecido. Triunfal sobre su cama en el comedor, me mira retándome. Es un gamberro!!!
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