viernes, 9 de octubre de 2015

La colmena


La repusieron ayer por la noche en La2, y agradezco infinitamente la ausencia de publicidad para poder disfrutarla una vez más.


Camilo José Cela escribe en el prólogo a la primera edición de la novela: "La Colmena no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad (...) no aspira a ser más que un trozo de vida narrado sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre. Queramos o no queramos. La vida es lo que vive -en nosotros o fuera de nosotros- no somos más que su vehículo, su excipiente como dicen los boticarios (...) Su acción discurre en Madrid, en 1942, y entre un torrente, o una colmena, de gentes que a veces son felices, y, a veces, no".


Reparto de lujo para uno de esos guiones con diálogos soberbios. Cada personaje es una historia, una vida, todo un recorrido de grandes y pequeñas miserias. Un café que acoge a un grupo de poetas sin un céntimo, sentados ante una triste jarra de agua y esperando por ese discurso del jurista que acompaña una generosa invitación. Sueños de tinta y papel que se desvanecen con el fallo de los juegos florales. Una cama y un refugio en el burdel. El desenlace de una ridícula novela de amor, improvisada a dúo bajo las sábanas. Un delicioso paseo por el parque simulando la ilusión de un noviazgo que nunca ha llegado. Una casa de huéspedes muy honesta, adopción de chinitos y la maldita doble moral, o cómo sonreír ante la desventura del prójimo, rezando fervorosas oraciones cada domingo. Estafadores, mentirosos y gente sencilla, que sólo aspira a que su hermano o su marido le deseen un feliz cumpleaños. Cuerpos y bailes a cambio de un poco de dinero. Mucho frío, hambre y devastadora soledad.





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