lunes, 24 de marzo de 2008

Vivir adrede - Mario Benedetti


Me gustaría saber expresar lo que siento cuando leo a Mario Benedetti. Pero se me da mejor sentir que escribir.
Copio dos de los relatos de este maravilloso libro:

DESIERTO

Remigio quería dejar el mundo, pero la muerte no le gustaba como forma de abandono. Quería dejarlo, pero vivo y coleando. Estaba hastiado de la gente y de las cosas. Dos veces casado y dos veces viudo, sin hijos, ni hermanos, contrajo la enfermiza obsesión de irse. ¿Adónde?
Un día, cierto pariente lejano, que había venido por dos días, lo miró inquisidor y le dijo: “a vos te hace falta un desierto”, y enseguida se fue, sin otro comentario. Para Remigio, aquel diagnóstico fue una revelación. Trabajó seis meses en oficios varios, sólo para reunir el dinero necesario para atravesar el mundo y llegar a un desierto (no tenía ninguno a mano).
Por fin llegó. Aquella soledad de arena le pareció una maravilla. Caminó y caminó durante veinte días y cuando ya le quedaba poca agua en la cantimplora, tuvo una visión: era un oasis. Le asaltó el temor de que fuera un espejismo. Pero no. Era un oasis de verdad.
Allí llegó y se instaló, casi feliz. Hizo dibujos en la arena intacta y se mojó varias veces la nuca. También se quitó las botas y se lavó los pies. Aquello era por fin la ansiada soledad. Pero no hay disfrute eterno. Una noche no pudo dormir y en el interminable insomnio asumió que ya no quería estar solo. Una fuerte nostalgia le subió del pecho y se instaló en el cerebro casi vacío.
Pero ¿cómo volver al mundo? De pronto se percató de que había perdido la noción de los benditos puntos cardinales. Él había venido del Este, pero ¿dónde quedaba el Este? Durante dos meses estuvo solo, sin nadie en el mundo, pero una tarde apareció un camello.
El animal y el hombre se miraron a los ojos. Luego el camello se acercó y le lamió la calva. Remigio no tuvo más remedio que abrazarlo. Luego se trepó al rumiante, se sentó entre las dos gibas y le ordenó al animal que caminara. Pero el bicho se quedó quieto. Le gritó, le pegó con una bota, lo acarició, le rogó, pero nada. Sólo entonces comprendió que también el camello estaba aburrido del mundo.
Volvió al silencio, a medias resignado, dispuesto a esperar que algún día o alguna noche el camello también sintiera nostalgia y caminara. Regresó a sus arenas, y noche a noche (vaya milagro) sus sueños lo instalaban en medio de una muchedumbre. Y sólo entonces Remigio y el camello suspiraban a dúo.

ISLA

Cada ser humano es una isla. En el mejor de los casos, pertenece a un archipiélago. Aún así, cada isla es distinta de las otras. Algunas son fértiles, pródigas, ubérrimas. Otras son áridas, magras, resecas.
Cada ser humano es una isla, donde sólo convive con su conciencia y en ocasiones con un lago quieto que le informa sobre qué rasgos asume su rostro de náufrago.
Cuando el ser humano se aburre de su soledad, entonces se comunica con otra u otras islas, a nado, o en balsa, en lanchas o en canoas. Y en la otra isla conoce a otros náufragos, y también a otras náufragas, y a veces se enamora.
El amor une a las islas como una corriente. A veces dos islas copulan y nace un islote.

2 comentarios:

Pau Llanes dijo...

Qué regalo tan hermoso me has hecho: desierto e isla... ummm... qué más puede pedir un tuareg y un isleño como yo... y además del bendito benedetti... me consientes demasiado... jajaja... beso... pau

Miguel dijo...

Siempre Benedetti... Creo que disfruto incluso más de sus cuentos, de su prosa que de su poesía.
Gracias
Imaging